En los últimos años la transición hacia una movilidad más limpia se ha centrado con fuerza en la electrificación. Coches eléctricos, camiones a batería, autobuses eléctricos… todo parece orientado a sustituir los motores de combustión por baterías. Pero una encuesta reciente de la IRU, la Organización Internacional del Transporte por Carretera, revela que la mayoría de las flotas seguirán apostando por camiones diésel durante bastante tiempo.
Las razones: los precios actuales de los vehículos, el coste de la energía, las limitaciones en infraestructura, y la falta de disposición de los cargadores (por ejemplo, los clientes o propietarios de cargas) para aceptar precios más altos que cubran los costes adicionales que supone operar con tecnologías más limpias.
¿Por qué muchas flotas siguen con diésel?
Las barreras principales que impiden una transición más rápida son:
- Coste de adquisición elevado. Los camiones eléctricos y los de hidrógeno tienen precios de compra mucho más altos que los diésel. Las baterías, las pilas de combustible, los sistemas de almacenamiento y otros elementos técnicos hacen que el coste inicial sea una barrera significativa.
- Coste de la energía y del combustible. Aunque la electricidad se está abaratando en muchos casos, los precios todavía dependen de tarifas, picos de demanda, impuestos, etc. En el caso del hidrógeno, especialmente el verde (producido a partir de fuentes renovables), los costes de producción, transporte y almacenamiento aún son altos.
- Infraestructura insuficiente. No hay suficientes puntos de recarga rápida ni estaciones de abastecimiento de hidrógeno. Además, las redes eléctricas en ciertas zonas están al límite de su capacidad para nuevas conexiones eléctricas, lo que retrasa la implantación de infraestructura de soporte.
- Modelo de negocio y clientes reacios al sobrecoste. En muchos modelos logísticos, quien paga la carga de emisiones no está dispuesto (o legalmente no puede) asumir los incrementos de coste si ello repercute en los precios finales de los productos. Si los clientes no aceptan pagar más por transporte verde, las empresas se ven obligadas a buscar soluciones que no perjudiquen sus márgenes.
- Políticas públicas aún insuficientes o desconectadas. Aunque hay avances normativos, subsidios, incentivos, los entrevistados en la encuesta señalan que la falta de condiciones políticas claras (regulación, apoyo fiscal, planes estratégicos) es otra barrera importante.
¿Qué ventajas ofrece el hidrógeno, y por qué puede ser una solución igualmente urgente?
El hidrógeno aparece como una de las alternativas más prometedoras para cubrir esos huecos donde la electrificación a batería lo tiene más difícil. Analizamos por qué:
- Adecuado para trayectos largos y cargas pesadas: los camiones de hidrógeno pueden ofrecer autonomías razonables y repostajes en tiempos similares al diésel, algo que la electrificación con baterías todavía no logra en muchos casos.
- Complementariedad con la electrificación: no se trata de sustituir completamente los camiones eléctricos, sino de usarlos donde tienen sentido (distribución urbana, recorridos cortos) y usar el hidrógeno para cubrir los usos más exigentes.
- Potencial de mejor escala con combustibles renovables: la encuesta de IRU señala que los operadores tienen intención prioritaria de invertir en combustibles renovables (una categoría que incluye hidrógeno verde o combustibles líquidos o gaseosos producidos con CO₂ capturado o fuentes naturales) como principal alternativa al diésel.
- Reducción real de emisiones de carbono y contaminación local si se usa hidrógeno “verde”, lo que será cada vez más valorado por regulaciones ambientales, zonas de bajas emisiones, tasas al carbono, etc.
Por qué abrir el hidrógeno ahora es estratégico
Dado el escenario que se prevé, el hidrógeno deja de ser una alternativa ciega para convertirse en un componente esencial de una estrategia de descarbonización robusta.
Apostar solo por la electrificación puede resultar corto de vista si hay cuellos de botella en la red eléctrica, precios altos de la electricidad en ciertos momentos, limitaciones de suministro o falta de materias primas para baterías. Tener opciones alternativas reduce la vulnerabilidad.
Por otro lado, tanto la UE como muchos países están estableciendo metas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, límites de emisiones locales, zonas de bajas emisiones, etc. Para muchas flotas pesadas, especialmente las que operan en largas rutas o transporte internacional, el hidrógeno puede ser la vía más factible para cumplir esos requisitos sin incurrir en costes operativos inasumibles.
Asimismo, cuanto más se invierta ahora en infraestructura, investigación, producción y anchura de mercado, más rápido caerán los costes. Esto incluye inversión pública, incentivos, esquemas de compensación de costes, normativa clara que dé seguridad al inversor.
Qué hacer para potenciar el hidrógeno
Para que el hidrógeno se convierta en una alternativa creíble al diésel (y no sólo una opción complementaria de aquí a muchas décadas), es necesario:
- Políticas públicas con incentivos sólidos: subvenciones, ayudas a la compra, exenciones fiscales, tarifas reducidas, etc., que acorten la brecha de coste inicial.
- Regulaciones claras que definan estándares de hidrógeno verde, seguridad, certificación, etiquetado, etc.
- Desarrollo de infraestructura: estaciones de repostaje de hidrógeno distribuidas especialmente en rutas de transporte pesado, corredores logísticos, puertos, zonas industriales, etc.
- Apoyo a investigación e innovación: mejora de electrolizadores, reducción de costes de producción, nuevos materiales, mejora de eficiencia en pilas de combustible.
- Modelos de negocio que permitan que los cargadores/clientes paguen si es necesario algo más por servicios de transporte con menores emisiones, ya sea por voluntad, demanda de sostenibilidad, regulación ambiental, o tarifas verdes.
- Planificación energética coordinada: combinar generación renovable, red eléctrica, producción de hidrógeno, almacenamiento, para evitar que cada tecnología compita en vez de complementarse.
El hecho de que muchas flotas sigan inclinándose por el diésel a pesar de ser cada vez más conscientes de la sostenibilidad no debe interpretarse como un fracaso de la electrificación, sino como una señal de que los obstáculos económicos, operativos y estructurales siguen siendo reales.
Para alcanzar los objetivos climáticos, para mejorar la calidad del aire, para asegurar la competitividad futura del transporte pesado, y para no dejar de lado parte del trayecto que la electrificación no puede resolver hoy, es imprescindible abrir de verdad el camino al hidrógeno (y otras alternativas limpias). No como sustituto exclusivo, sino como complemento estratégico, con apoyo institucional, inversión y visión de largo plazo.
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