Durante los últimos años, la transición hacia la movilidad sostenible se ha centrado casi exclusivamente en los vehículos eléctricos y, en menor medida, en los de hidrógeno. Sin embargo, en este debate se ha ido dejando en un segundo plano a una alternativa que, aunque menos mediática, ha demostrado ser una pieza clave en la reducción de emisiones en las grandes urbes: los vehículos propulsados por GLP.

Hoy en día, el GLP parece caminar hacia una desaparición anunciada. Las administraciones, en su afán por electrificar la movilidad lo antes posible, lo han relegado a una posición secundaria. No obstante, sus ventajas son tan evidentes que merece la pena detenerse a analizar qué papel puede jugar en los próximos años, especialmente en ciudades que sufren los estragos de la contaminación atmosférica y donde las soluciones intermedias son más necesarias que nunca.

Una alternativa real para reducir emisiones

Los vehículos de GLP reducen de manera drástica la emisión de partículas contaminantes en comparación con los de gasolina y, sobre todo, los diésel. En entornos urbanos, donde la calidad del aire es uno de los principales problemas de salud pública, este dato no es menor: las partículas en suspensión son responsables de miles de muertes prematuras cada año según la Agencia Europea de Medio Ambiente. Sobre todo, en ciudades súper pobladas como India.

Además, las emisiones de CO₂ también son más bajas. Aunque no alcanza la neutralidad que ofrecen los eléctricos alimentados con energías renovables, el GLP consigue rebajar entre un 10 y un 15% las emisiones respecto a la gasolina. Un impacto que, trasladado a millones de desplazamientos diarios en una gran ciudad, supone una diferencia significativa.

Democratizar la movilidad sostenible

Uno de los aspectos más interesantes del GLP es que no obliga al ciudadano a adquirir un vehículo nuevo, con el gasto que ello implica. Cualquier coche de gasolina que reúna las condiciones adecuadas puede ser transformado para funcionar con GLP mediante una adaptación relativamente asequible: el coste medio de la conversión se sitúa entre 1.200 y 2.000 euros.

Este punto es esencial porque permite democratizar el acceso a una movilidad más limpia. No todas las familias pueden permitirse comprar un coche eléctrico, cuyos precios en España rondan todavía los 30.000 euros de media, ni mucho menos afrontar el coste de un vehículo de hidrógeno, cuya oferta es prácticamente testimonial. En cambio, la posibilidad de transformar un coche de gasolina se convierte en una puerta de entrada realista a la sostenibilidad.

De hecho, esta opción alarga la vida útil de vehículos que, de otro modo, acabarían siendo reemplazados antes de tiempo, con el coste ambiental que supone fabricar un coche nuevo desde cero. A veces se olvida que la huella de carbono de la producción es tan importante como la de la utilización, y aquí el GLP ofrece un camino intermedio sensato.

Un puente hacia la electrificación total

Otro argumento a favor del GLP es que ofrece una especie de “tregua” mientras se desarrollan las infraestructuras necesarias para la movilidad eléctrica y de hidrógeno.

En la actualidad, los grandes retos de estas tecnologías son evidentes:

  • Los eléctricos: aunque la autonomía ha mejorado, la red de puntos de recarga sigue siendo insuficiente, sobre todo en ciudades densas y con barrios en los que los vecinos no cuentan con garaje propio. Según la patronal Anfac, España cuenta con apenas 30.000 puntos públicos de recarga, lejos de los 90.000 recomendados por la Unión Europea para 2025.

  • Los de hidrógeno: hoy en día apenas existen 20 estaciones de repostaje en todo el país, y los precios de los vehículos superan los 60.000 euros.

Ante esta realidad, el GLP se convierte en una solución inmediata, con una infraestructura ya desplegada —hay más de 900 estaciones de repostaje en España— y con costes de uso más bajos que los combustibles tradicionales. En definitiva, es un combustible que puede convivir con las tecnologías emergentes, actuando como puente hasta que estas alcancen la madurez suficiente.

Obstáculos y percepciones a superar

A pesar de sus beneficios, el GLP se enfrenta a varios obstáculos. El primero es la percepción social: al no ser una tecnología “nueva” ni completamente limpia, no goza del mismo prestigio que los eléctricos. Muchos conductores lo ven como un paso intermedio poco atractivo, y los fabricantes lo promocionan con menor entusiasmo que sus modelos híbridos o de baterías.

El segundo obstáculo son las políticas públicas. Si bien los coches de GLP cuentan en muchas ciudades con la etiqueta ECO de la DGT, lo que les permite circular en zonas de bajas emisiones y beneficiarse de ventajas fiscales, la tendencia normativa está orientada a favorecer únicamente la electrificación. Este enfoque, aunque bienintencionado, puede dejar de lado a una tecnología que podría ayudar a reducir de manera inmediata la contaminación en las urbes.

¿Tienen futuro los vehículos de GLP?

El futuro de los vehículos de GLP en las grandes ciudades dependerá en gran medida de la voluntad política y de la capacidad de la industria para comunicar sus ventajas. No se trata de apostar por el GLP como la solución definitiva, sino de integrarlo dentro de una estrategia global de transición.

La movilidad del futuro será, sin duda, eléctrica e incluso de hidrógeno, a la espera de ver cómo evolucionan los biocombustibles. Pero para llegar hasta allí hacen falta etapas intermedias que eviten que las ciudades sigan padeciendo niveles de contaminación inasumibles. En ese escenario, el GLP puede cumplir un papel decisivo: reducir emisiones de forma inmediata, permitir que más ciudadanos participen en la transición y ganar tiempo para que las nuevas infraestructuras se desarrollen plenamente.

Los vehículos de GLP no son una moda ni una solución pasajera, sino una herramienta útil y eficaz para avanzar hacia un transporte urbano más sostenible. Ignorarlos sería un error estratégico en un momento en el que las grandes ciudades necesitan soluciones rápidas y accesibles.

En lugar de verlos como un callejón sin salida, deberíamos reconocer su papel como un puente hacia un futuro más limpio y equilibrado. Porque la transición energética no se construye solo con la vista puesta en el mañana, sino también con soluciones realistas para el presente.