Europa se encuentra en plena transición hacia una movilidad más limpia. La electrificación por baterías ha ganado terreno en turismos y flotas urbanas, pero en el transporte pesado las limitaciones de autonomía y peso hacen que el hidrógeno se perfile como la alternativa más viable. 

Pese a que aún afronta barreras significativas en lo que respecta a costes e infraestructura, la apuesta de gobiernos, fabricantes y operadores por esta tecnología crece de forma exponencial.

Hoy, múltiples proyectos en marcha muestran que el hidrógeno está dejando de ser un experimento para convertirse en una realidad tangible. Y, aunque la transición será larga, cada vez hay más motivos para pensar que será un pilar en la movilidad sostenible de la próxima década.

Trenes, autobuses y ferris: los primeros pilotos en servicio

Uno de los proyectos más emblemáticos llegará en 2026 al norte de Italia. Allí, en la región alpina de Val Camonica, circularán los primeros trenes de hidrógeno del país, sustituyendo a los diésel en un recorrido de 110 kilómetros. Con 367 millones de euros de presupuesto y la instalación de electrolizadores in situ para producir hidrógeno verde, el plan reducirá emisiones sin encarecer el billete para los pasajeros.

El transporte público por carretera también está dando pasos decisivos. Wrightbus, fabricante británico, se ha convertido en referencia europea al desarrollar un autocar de hidrógeno con hasta 1.000 kilómetros de autonomía. A ello se suma su flota de autobuses “Hydroliner”, ya presentes en varias ciudades del Reino Unido y que llegará próximamente a Alemania. 

En el sector marítimo, Noruega ya opera el MF Hydra, primer ferry propulsado por hidrógeno líquido del mundo. Con capacidad para 300 pasajeros y 80 coches, este barco logra reducir un 95% sus emisiones respecto a una embarcación convencional. 

La gran apuesta: el transporte pesado por carretera

Si bien los pilotos en trenes, autobuses y ferris son relevantes, el gran reto europeo se encuentra en los camiones de largo recorrido. Especialmente, teniendo en cuenta que se trata de uno de los sectores que más aportan a la economía europea. 

Aquí entran en juego gigantes como Daimler, Volvo e IVECO, que bajo el paraguas del consorcio H2Accelerate TRUCKS planean desplegar 150 camiones de hidrógeno entre ocho países antes de 2029. Estos vehículos, de 41 a 44 toneladas, ofrecerán autonomías superiores a los 600 kilómetros y estarán respaldados por una red de estaciones de repostaje de alta capacidad situadas en los principales corredores logísticos del continente.

No es el único frente. El programa H2Haul ya está probando camiones de hidrógeno en varios países, mientras iniciativas nacionales como HyTrucks en Bélgica o H2 Mobility Austria plantean alcanzar cientos e incluso miles de unidades en circulación hacia finales de la década. 

Por otra parte, ingenieros de Volvo y Bosch están probando a implementar motores de hidrógeno en camiones que antes tenían motorización diésel. Los primeros resultados arrojan cifras esperanzadoras: emiten menos de 1 gramo de CO2 por tonelada-km.

Según algunas previsiones, Europa podría tener en 2030 más de 45.000 camiones pesados a hidrógeno en operación, e incluso superar las 100.000 unidades anuales si se cumplen los escenarios más optimistas.

Los retos a superar: costes, producción e infraestructura

El entusiasmo no oculta los obstáculos que siguen existiendo a día de hoy. El elevado coste de las estaciones de repostaje para vehículos pesados es uno de los principales. Además, la producción de hidrógeno verde sigue siendo limitada y cara: más del 95% del hidrógeno que hoy se consume en el mundo sigue siendo “gris”, es decir, derivado de combustibles fósiles. No obstante, cada vez hay más proyectos enfocados hacia la producción de hidrógeno verde, por lo que esta desventaja se irá salvando progresivamente.

A ello se suma la competencia con el transporte eléctrico de baterías, que progresa rápidamente y amenaza con cerrar parte de la ventana de oportunidad del hidrógeno. Sin embargo, en aplicaciones donde se requiere gran autonomía, carga útil elevada o se opera en climas extremos, la celda de combustible sigue siendo la opción más competitiva.

Más allá de sus desafíos, el hidrógeno ofrece ventajas estratégicas. Su alta densidad energética lo convierte en aliado natural del transporte pesado, donde cada kilo de batería cuenta. Además, permite aprovechar excedentes de renovables y servir como vector de almacenamiento energético, equilibrando la red eléctrica.

Por eso, la Comisión Europea lo considera central en su estrategia climática: se han fijado objetivos de producir 10 millones de toneladas de hidrógeno renovable en la UE de aquí a 2030 y de importar otro tanto desde terceros países.

¿Hacia dónde nos dirigimos?

Los trenes italianos, los autobuses británicos, los camiones alemanes o los ferris noruegos demuestran que el hidrógeno ya no es solo una promesa tecnológica, sino una realidad en construcción. Estamos en un momento en el que falta resolver la ecuación de costes, escalar la producción verde y desplegar infraestructuras, pero la dirección parece clara.

Si Europa logra coordinar políticas e inversiones, el hidrógeno no solo será un complemento a la electrificación por baterías, sino también la llave para descarbonizar el transporte pesado. Y en ese terreno, donde las emisiones son más difíciles de reducir, el hidrógeno podría ser, sencillamente, insustituible.