Esta es la gran pregunta que se hacen muchas personas ante la implantación de Zonas de Bajas Emisiones en sus ciudades. Una medida que, en su momento, se aprobó con el objetivo de mejorar la calidad del aire y reducir la contaminación en los grandes núcleos urbanos. La cuestión es si, en aquellos municipios que ya llevan tiempo con medidas restrictivas, realmente se ha producido una mejoría.
Un estudio publicado en la revista Environment International confirma que en las ciudades donde las Zonas de Bajas Emisiones llevan tiempo aplicándose los niveles de contaminación atmosférica se han reducido considerablemente. El estudio se ha llevado a cabo teniendo en cuenta la situación de las ciudades belgas de Bruselas y Amberes, que llevan 7 y 8 años aplicando restricciones a la movilidad.
A continuación, te explicamos en detalle cuáles son los resultados que desprende este estudio y cómo se puede extrapolar al resto de ciudades europeas.
Conclusiones principales del estudio
El estudio ha sido realizado por un equipo multidisciplinar de Bélgica en dos de las ciudades europeas que más años llevan con restricciones en las ZBE, que en Bélgica se denominan LEZ: Bruselas y Amberes. Durante los últimos 7-8 años, los niveles de concentración de partículas, dióxido de nitrógeno (NO2) y carbono negro han descendido significativamente.
De hecho, los niveles de dióxido de nitrógeno se redujeron un 38,5% entre 2016 y 2022 en comparación con los registrados en otras ciudades donde no hay estas restricciones. Y, según este informe, la reducción de NO2 se ha traducido, también, en un descenso de la incidencia de diabetes, una enfermedad en cuyo riesgo podría influir este factor.
Además, el estudio demuestra que la disminución de los niveles de contaminación atmosférica no solo se limita a Bélgica y Amberes, sino que también se extiende a otras zonas situadas a unos 5 kilómetros de ambas. Es lo que los investigadores denominan “efecto spillover” o de impacto indirecto.
¿Qué sucederá con las Zonas de Bajas Emisiones?
La polémica sobre el futuro de las Zonas de Bajas Emisiones está en el aire. Mientras algunas ciudades como las belgas se mantienen firmes en su compromiso con ellas, en Francia hay cada vez más reticencias.
Quienes se oponen a las ZBE suelen argumentar que estas medidas afectan especialmente a las personas con menos recursos, que no pueden permitirse cambiar su vehículo por uno eléctrico o híbrido. También destacan el posible impacto negativo en el comercio local, al dificultar el acceso de clientes en coche a los centros urbanos.
Además, algunos sectores denuncian que estas zonas pueden agravar la “gentrificación verde”, desplazando a los residentes tradicionales de los barrios céntricos a zonas más contaminadas y con menos servicios. Para estos críticos, el enfoque actual puede parecer punitivo y poco inclusivo, especialmente si no se acompaña de ayudas públicas eficaces.
Las razones a favor: salud, sostenibilidad y oportunidad económica
Por otro lado, los defensores de las ZBE subrayan los datos. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, la exposición a altos niveles de dióxido de nitrógeno (NO₂) y partículas en suspensión (PM2.5) está relacionada con miles de muertes prematuras cada año. Las ZBE contribuyen significativamente a la mejora de la calidad del aire, con beneficios directos para la salud de todos los ciudadanos, especialmente niños, ancianos y personas con enfermedades respiratorias.
Además, este tipo de políticas fomentan el uso del transporte público, la bicicleta y la movilidad eléctrica. Estas transformaciones no solo reducen la huella de carbono, sino que también abren nuevas oportunidades económicas: desde la industria de vehículos sostenibles hasta la creación de empleos en infraestructuras verdes, mantenimiento de flotas eléctricas o planificación urbana inteligente.
Transformar sin excluir: un cambio inevitable con beneficios a largo plazo
Aunque el proceso de adaptación no es inmediato ni exento de costes, los resultados ya son visibles en ciudades como Londres, Madrid, París o Milán. Se han reducido los niveles de contaminación, han mejorado los indicadores de salud y la calidad de vida ha aumentado.
La clave está en aplicar políticas acompañadas de medidas de apoyo: incentivos para el cambio de vehículo, refuerzo del transporte público y ayudas específicas para comercios y colectivos vulnerables.
El futuro de las ZBE no está en debate por su eficacia, sino por cómo se aplican. Para que sean justas y sostenibles, deben combinarse con políticas inclusivas que eviten desigualdades sociales. Lejos de ser una imposición, las ZBE representan una oportunidad para repensar nuestras ciudades, haciéndolas más limpias, seguras y resilientes.
La transición hacia una movilidad más sostenible es un reto, pero también una inversión en salud pública, justicia climática y crecimiento económico. Y ese futuro, cada vez más, parece inevitable.
Comentarios recientes