La movilidad está atravesando una de las transformaciones más profundas de la historia reciente. En apenas una década, el concepto de “vehículo sostenible” ha pasado de ser una aspiración a convertirse en una necesidad urgente, impulsada por la lucha contra el cambio climático, las normativas de reducción de emisiones y la creciente conciencia social. 

Sin embargo, el camino hacia esa movilidad libre de combustibles fósiles no es lineal ni único. Apostar por una sola tecnología, ahora y en el futuro, sería un error estratégico, con consecuencias tanto sociales como económicas. 

La transición requiere diversidad tecnológica, porque cada alternativa cubre necesidades distintas y porque la sostenibilidad no puede medirse solo en términos de emisiones, sino también de accesibilidad, equidad y viabilidad a medio plazo.

Un presente que ya es diverso

Hoy, el mercado automovilístico europeo refleja esta pluralidad de opciones. Mientras los vehículos eléctricos acaparan titulares y marcan la dirección hacia un futuro libre de emisiones, otras tecnologías continúan teniendo un papel crucial. Es el caso del GLP, que ha demostrado ser una solución de transición asequible y limpia en comparación con los combustibles tradicionales. 

De hecho, en varios mercados europeos, incluido el español, las matriculaciones de vehículos de GLP ya superan a las de diésel, lo que evidencia que muchos conductores ven en esta opción una manera práctica de reducir costes y emisiones sin renunciar a la autonomía o a la red de repostaje disponible.

A esto se suman los híbridos, que combinan la eficiencia de la electrificación con la seguridad de disponer de un motor de combustión. Y, más allá de estas tecnologías consolidadas, asoman los vehículos de pila de hidrógeno, que prometen ser una solución especialmente eficaz en el transporte pesado y en trayectos de larga distancia. 

Cada tecnología cumple una función distinta dentro del ecosistema de la movilidad, y la coexistencia de todas es lo que permite que el sistema funcione de manera equilibrada.

El riesgo de apostar por una sola vía

¿Qué ocurriría si apostamos exclusivamente por una tecnología, por ejemplo, el coche eléctrico a batería? El escenario resultante podría ser problemático en varios niveles.

  1. Limitaciones de infraestructura: la red de recarga aún está lejos de ser homogénea y suficiente. Concentrar toda la movilidad en los eléctricos implicaría tensiones en la red eléctrica y cuellos de botella que afectarían tanto a la logística como a los desplazamientos particulares.

  2. Brechas sociales y económicas: los vehículos eléctricos siguen teniendo precios de adquisición elevados en comparación con otras tecnologías. Si esta fuera la única opción disponible, millones de personas quedarían excluidas de la movilidad sostenible, perpetuando desigualdades y retrasando la renovación del parque automovilístico.

  3. Riesgos tecnológicos y de suministro: las baterías dependen de materiales críticos como el litio, el cobalto o el níquel, cuya extracción plantea desafíos ambientales y geopolíticos. Apostar solo por esta vía supondría exponer toda la movilidad a tensiones en el mercado global de materias primas.

  4. Inadecuación para ciertos usos: el transporte pesado, las rutas de larga distancia o la logística intensiva difícilmente pueden sostenerse solo con baterías. El hidrógeno o los biocombustibles avanzados serán imprescindibles en esos ámbitos.

En resumen, la apuesta por una sola solución genera vulnerabilidad. La diversificación, en cambio, aporta resiliencia.

Tecnologías de transición: un puente necesario

El GLP es un buen ejemplo de cómo una tecnología de transición puede acelerar la reducción de emisiones de manera realista. Aunque no es una solución definitiva, sí permite una disminución significativa de partículas contaminantes respecto al diésel y la gasolina. 

Además, su bajo coste de uso y su amplia red de estaciones (más de 900 en España) lo convierten en una opción viable para familias y profesionales que no pueden permitirse un vehículo eléctrico a día de hoy.

Del mismo modo, los híbridos enchufables y no enchufables juegan un papel similar: facilitan al usuario la experiencia de la electrificación sin obligarle a depender por completo de una red de recarga que aún no está consolidada. Estas tecnologías, lejos de retrasar la transición, actúan como palanca para que más personas se sumen al cambio.

¿Cómo debería ser el futuro de la movilidad?

La movilidad del futuro no será uniforme. En las ciudades probablemente predominen los vehículos eléctricos de batería, especialmente en flotas compartidas y transporte público. En trayectos interurbanos y transporte pesado, el hidrógeno y los biocombustibles avanzados tendrán un papel clave. En paralelo, seguirán existiendo tecnologías híbridas y de gas que ofrecerán una alternativa asequible mientras la infraestructura eléctrica y del hidrógeno se expande.

Este futuro plural es, además, una garantía de accesibilidad. Permitir que el ciudadano tenga varias opciones reduce las barreras de entrada y evita que la movilidad sostenible se convierta en un privilegio de pocos. Porque la verdadera sostenibilidad no es solo ambiental, también debe ser económica y social.

La transición hacia la movilidad sostenible exige ambición, pero también pragmatismo. No basta con impulsar tecnologías de futuro; hay que sostener las de transición que hoy ya están contribuyendo a reducir emisiones. El riesgo de concentrar toda la estrategia en una única solución es alto: saturación de infraestructuras, exclusión social y vulnerabilidad frente a los mercados internacionales. En cambio, mantener una diversidad de tecnologías asegura un camino más gradual, inclusivo y resiliente.