Hoy en día, resulta rara la semana en la que no oímos a algún miembro o representante institucional en nuestro país abogar por la necesidad de transitar hacia un escenario más sostenible, con la descarbonización y la movilidad sostenible como objetivo principal.
Una realidad más que evidente en la teoría, pero no tanto en la práctica. ¿A qué se debe esta discordancia? A que, precisamente quienes más se encargan de nombrar a la sostenibilidad en público, son quienes menos facilitan las acciones prácticas para avanzar hacia ella.
El sector del transporte y la movilidad pone de manifiesto esta incoherencia entre las intenciones y las acciones que seguimos viendo día tras día. El camino que podríamos haber avanzado hasta el momento si se hubiese promovido la información sobre todas las alternativas de movilidad sostenible que ya existen sería inmenso. En lugar de ello, las instituciones españolas han mantenido una posición de exclusividad hacia una única tecnología que ni siquiera está plenamente desarrollada.
¿Esto qué significa? Que, en lugar de haber recorrido un camino de 1.000 kilómetros, tan solo hemos avanzado 200 metros. El problema es que, tal y como dice la Unión Europea, debemos llegar a la meta en una fecha determinada. Sin embargo, si no se produce un cambio de velocidad, no llegaremos.
El problema de no diversificar tecnologías de movilidad sostenible
Durante los últimos años, en España no hemos dejado de leer artículos y comunicados en los que las instituciones nacionales, autonómicas y locales anuncian constantes ayudas y bonificaciones para promover el uso del coche eléctrico. No cabe duda de que el coche eléctrico es una de las tecnologías de movilidad sostenible claves del siglo XXI, y que está llamada a ser una de las más importantes durante las próximas décadas. El problema es que todavía no estamos en ese momento.
A pesar de que toda la infraestructura de recarga de vehículos eléctricos ha mejorado considerablemente, no es suficiente para cubrir toda la demanda que existe (y que aumentaría) si todos los conductores apostaran por el vehículo eléctrico. Ni siquiera si lo hicieran la mitad. Es más, ya hay países europeos, como Países Bajos, Alemania o Noruega, que se están encontrando con graves problemas derivados de la incapacidad de generar toda la electricidad necesaria.
Ante esta situación más que evidente, lo lógico sería pensar que los máximos representantes institucionales del continente harían públicas otras alternativas de movilidad sostenible complementarias. Algunas de ellas, al igual que los coches eléctricos, se encuentran en una fase inicial de implementación y desarrollo, pero otras están más que consolidadas como energías de transición.
¿Qué se está perdiendo el planeta por cerrar los ojos a las tecnologías de transición?
Principalmente, salud y calidad de vida. Más del 90% de vehículos que circulan actualmente por nuestras carreteras son coches propulsados por gasolina o diésel. De ellos, un porcentaje muy elevado podría estar circulando de manera mucho menos contaminante si hubieran sido conscientes de la posibilidad de transformar sus vehículos a GLP/GNC. En muchos de esos casos, de hecho, la conversión a GLP les puede suponer cambiar de la etiqueta C a la etiqueta ECO, con todos los beneficios que ello conlleva.
Una decisión, además, que acaba con el dilema que cada vez tienen más conductores: ¿me compro un coche nuevo o espero? Si me compro un coche nuevo, ¿merece la pena comprar uno eléctrico si no hay suficientes puntos de recarga y su precio es muy elevado? Y, si espero, ¿seré capaz de seguir circulando por las grandes ciudades antes de que empiece a haber más restricciones? Todas estas dudas habrían quedado disipadas con la opción de transformar a GLP/GNC en muchos casos.
Podríamos hablar, también, del ahorro económico que supone repostar GLP/GNC frente a repostar gasolina o diésel, que puede ser de entre el 30% y el 40% dependiendo de cada motor. Sin embargo, hay otros criterios mucho más importantes para la sociedad que el económico para alertar de esta situación.
En el futuro no habrá una única tecnología, sino varias
Pese a los constantes esfuerzos que parecen estar haciendo las instituciones por ensalzar solamente al coche eléctrico, lo cierto es que podremos elegir entre varias tecnologías de movilidad sostenible en las próximas décadas.
Además de seguir desarrollando la propia electrificación y solventando los problemas actuales (precio de los vehículos y falta de puntos de recarga), que es imprescindible, se están desarrollando numerosos proyectos en otras direcciones.
Por un lado, los proyectos que tienen al hidrógeno como vector energético protagonista están en una fase más incipiente, pero en ellos están puestas gran parte de las expectativas del sector del transporte pesado.
Por otro lado, cada vez son más las compañías energéticas que están testando y avanzando en la producción de biocombustibles. Una solución para la que, en algunos casos, como el biogás, no hace falta construir nueva infraestructura, sino que se puede aprovechar la ya existente. De hecho, el biogás y el biopropano están llamados a ser la continuidad del GNC y el Autogas GLP, lo que evidencia que convertir tu coche a GLP o GNC sigue siendo una opción no solo realista, sino de futuro.
El principal problema que enfrentamos no es el alto precio de los coches eléctricos, ni el hecho de que todavía quede mucho camino para desarrollar otras tecnologías. El problema reside en toda la ventaja que estamos perdiendo porque las instituciones se niegan a informar a la población de manera completa y transparente sobre todas las opciones a las que pueden recurrir de forma inmediata.
Y, en este sentido, ¿quién sufrirá las consecuencias del sprint que tendremos que hacer en la maratón hacia la movilidad sostenible por no haber seguido un ritmo constante como se podía haber hecho? Los de siempre.
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